jueves, octubre 12

Una simple carta

Estoy furiosa. Hoy finalmente vino Archie a recoger a Annie. George venía con él, y me pidió que disculpara al "Señor William", quien no había podido venir. Me entregó una carta de su parte, que yo leí de inmediato trepada en el Padre Árbol, aprovechando que Annie y Patty aún no terminaban de empacar y despedirse.

La verdad es que es una carta muy bonita, pero mi primera reacción fue enojarme. ¿No es acaso un acto de cobardía el comunicarse por carta en lugar de venir a decirme a mi cara lo que le sucede? Aunque creo que yo no sabría como reaccionar si Albert me estuviera diciendo de frente las cosas que me cuenta en la carta... Dice que soy su única amiga, que no quiere perderme. Añade que hace mucho se enamoró de mí, pero que no desea pedirme que yo le corresponda.

¿Por qué no? ¿Es que no puedo enamorarme yo también de él? Albert, ¡eres un tonto! ¿Crees que todo puede volver a ser igual que antes? ¿Que yo puedo estar otra vez a tu lado sin que me acuerde del beso que me diste? Tan sólo de pensar en volver a verte me gira la cabeza, y tú, ¿me pides ser sólo tu amiga? Si quieres amistades, diviértete con Poupée. ¡Aaaah! Me cuesta contener la rabia y disimular, pero tuve que hacerlo al despedirme de mis amigas.

Ya sé que cuando estoy enojada no debo tomar decisiones, así que no respondí a su carta. Él tampoco lo solicitó. Tal parece que espera que yo me tome mi tiempo, pero no me siento con deseos de esperar. Yo quiero estar con Albert, y no simplemente como su amiga, ni su pupula ni su hermana. El problema es, ¿cómo se lo digo? No sé qué hacer ni a quién pedirle consejo.

lunes, octubre 9

Sentimientos Encontrados

No puedo dejar de pensar en ese beso, en qué significó
para él y en qué significa realmente para mí. Ni en
qué diantres hacer cuando vea a Albert de nuevo.
Mientras juego con los niños del Hogar, cada vez que
mi mirada o que mis pasos se dirigen sin querer hacia
la colina, no puedo evitar rememorar ese momento, con lujo de
detalles, hasta me ruborizo y los niños me miran
extrañados. Cada vez que un niño me sonríe feliz y que
sus ojos le brillan, recuerdo la sonrisa de Albert mientras corría hacia
sus brazos. Cada vez que uno de los niños hace alguna
picardía y rehuye mi mirada, no puedo evitar recordar
cuando almorzábamos y yo rehuía la mirada de Albert,
aún cuando en el fondo moría por mirarlo, adivinar qué
pensaba. Albert, ¡no sé si quererte más o si estar fastidiada
contigo por lo del beso!

El otro día la Hermana María me reprendió por regresar
muy tarde al Hogar. Salí de paseo, sola, para tratar
de poner mis ideas en orden, el tiempo se pasó volando
y en verdad ya estaba oscuro cuando regresé al Hogar.
Conozco muy bien el bosque por aquí, no había forma de
que me perdiera ni me acechaba peligro alguno. Sin
embargo la Hermana estaba muy molesta conmigo. No dije
nada mientras me reprendía, pero supongo que cayó en
cuenta de que me estaba hablando como cuando era
una chiquilla porque eventualmente calló y entonces,
más dulcemente me dijo: "Candy, no pretendo tratarte como
niña, ya eres una mujer, e independiente. Quizás mi
reacción haya sido exagerada... Pero tú sabes, a veces
el temor de que algo malo le ocurra a alguien o algo
que queremos, nos hace enojarnos. Pero ese enojo
muchas veces no es tal, muchas es sólo nuestra
angustia que se manifiesta de esa manera"”.
Sin querer, sus palabras aclararon algunos de mis
sentimientos encontrados respecto a Albert y al
dichoso beso.

Por momentos pienso en el beso y siento esas
cosquillas en la boca del estómago y un tremendo deseo
de ver a Albert, de abrazarlo... incluso deseo que me
bese de nuevo. Pero dos segundos más tarde, siento
fastidio, casi enojo, cuando pienso en “lo que hizo”.
No le veía sentido a esos cambios abruptos de ánimo y
emociones, pero ahora creo que me entiendo un poquito
más.

En realidad no estoy enojada con Albert. Si por
momentos siento fastidio hacia lo que hizo, en el
fondo es porque él me importa
tanto, tanto, que tengo terror de perderlo... terror
de que lo que ocurra de aquí en adelante nos lleve a
alejarnos, a perder la amistad tan preciosa que
teníamos.

Sí, el beso me gustó. Me gustó. Y mucho. ¡Mucho! Ya no
puedo engañarme a mí misma.
Lo que me frustra, enoja, aterra, es que eso cambió
algo en mí, en nosotros, y yo temo no saber ser
espontánea con él cuando lo vea,
temo no poder actuar con naturalidad con él, no como
antes. Y temo que él tampoco. Aquel día parecía
bastante nervioso cuando me preguntó si estaba
enfadada con él y a lo largo de toda esa tarde tuve la
sensación de que se sentía un poco incómodo cerca de
mi, pero que me quería hablar igual.
Eso es lo que temo. Que cuando nos veamos, ya no
podamos mirarnos a los ojos como antes, actuar con la
naturalidad de siempre.

El beso fue hermoso, pero el miedo de que sea la causa
de que nos distanciemos me angustia, y por lo mismo,
me enoja. Yo no podré evitar el tema, o hacer como que no pasó
nada cuando lo vea de nuevo, al menos al principio. Y
por eso aún sigo aquí, en el Hogar, aún cuando otra
parte de mí me grita a toda voz que vuelva a Lakewood,
que esté con él porque estar en el Hogar es lindo sólo
si sé que que puedo volver a él, sobretodo cuando me
parece sentir la calidez y dulzura de esos labios
sobre los míos, el ligero temblor en su abrazo y en
mis piernas cuando lo sentí tan cerca.

Pero luego enseguida el corazón me da un vuelco
pensando que quizás ese mismo instante pudo haber
marcado el final de nuestra amistad, que quizás nunca
tengamos lo que tuvimos.



Contribuido por Elena