sábado, febrero 17

La Intrusión de Mae

Hoy fue un día horrendo. Parecía que empezaba bien, pues uno de los granjeros de la zona necesitaba llevar un cargamento a Chicago y se ofreció a llevarme. Eso me daba la oportunidad de ir a visitar al Dr. Martin y de paso ir de compras con Annie, pues los chicos necesitan ropa nueva. Pensé que también podía visitar a Albert y pedirle que me trajera de regreso. Me hacía ilusión pensar que tal vez podría explicarle mejor cómo me siento, pero no fue así.

Albert no estaba solo en su oficina, aunque yo no me di cuenta y me arrojé a sus brazos diciéndole que lo había extrañado. Él me dijo, en voz muy bajita: "yo también, princesa". En eso se nos acercaron unos caballeros que estaban con Albert, y él me introdujo simplemente como "Candice Andrew". Sin embargo, no los presentó a ellos. Uno en particular me clavó la mirada y me hizo sentir muy incómoda. Cuando por fin se fueron, me dí cuenta de que Albert no deseaba que la gente supiera que yo era su pupila. Resulta que las sospechas de la Señorita Pony tienen fundamento.

Albert sugirió ir al zoológico y yo asentí. No hablamos mucho en el camino pero al llegar al zoológico me armé de valor y le pedí perdón por presentarme en su oficina sin avisar y darle molestias. Él no pudo responderme, porque una mujer nos interrumpió dando voces, emocionada.

Era Mae, la ex-novia de Albert. Adelantó su venida a Chicago y lo primero que hizo fue buscarlo. Lo más extraño fue comprobar que Mae no es una refinada señorita de sociedad, sino una persona sencilla y sin tapujos. Me extendió la mano pero al acercarse tropezó con sus propias faldas. A mí me dio pena, pero a Albert le dio risa. ¡El muy maleducado! Pero Mae, en lugar de enojarse con él, rió y dijo que seguía siendo una mona. La familiaridad con la que habla con Albert me da envidia. Parecen más que viejos amigos. Mae mostraba mucho interés en mí y me hizo sentir incómoda. Cuando Albert nos presentó dijo que había pensado que yo era una chiquilla. ¿Qué le habrá dicho Albert de mí? Sentí cómo me subía la sangre a la cabeza y me dieron ganas de salir corriendo.

Nos fuimos a tomar un helado a una confitería. Mae nos contó que adelantó su llegada a Chicago para familiarizarse con la ciudad antes de empezar a trabajar en el hospital Santa Ana. Cuando fue a buscar a Albert y George le dijo que se había ido temprano, se le ocurrió que podría encontrarlo en el zoológico. Esto último me hizo ver que Mae conoce muy bien a Albert, pues yo habría hecho lo mismo. Mae me hacía muchas preguntas sobre mi huida del Colegio San Pablo. Se sorprendió al saber que yo sola había costeado mis estudios trabajando a la vez como estudiante, y que fui la única que acogió a Albert cuando perdió la memoria. Supo también que me vi obligada a renunciar a mi trabajo en el hospital cuando se enteraron de que vivía con Albert. Ese es un tema del que prefiero no hablar, pero ella insistía en ello. En un momento pude notar que le guiñaba un ojo a Albert y a partir de ahí se pusieron a hablar de los momentos que compartieron en la clínica de África. Yo estaba muy descorazonada al ver lo mucho que tienen en común. Sé que interrumpieron su noviazgo por mi culpa, y pienso que ahora tal vez traten de recuperar el tiempo perdido. Pero, ¿no decía Albert que me amaba? Quizá al sentir mi rechazo busque el amor en otro sitio, y quien mejor que Mae, con quien ya ha tenido un romance antes.

Mae va a hospedarse en casa de una tía, a donde la fuimos a llevar antes de volver al Hogar de Pony. En el camino de regreso, Albert no dejaba de hablar de ella. Hubo un momento en que no pude más y le pedí que guardara silencio porque estaba yo muy cansada.

La verdad es que sí estaba cansada, pero también muy confusa. Me imaginaba a Mae como una persona más seria, un poco como la hermana María. Y aunque Albert me dijo que eran amigos, no me esperé que se conocieran tan bien. Me tortura saber que alguna vez fueron novios. ¿No será que Mae vino a Chicago dispuesta a recuperar su cariño?

Quise dormirme durante el trayecto a casa pero aunque tenía cerrados los ojos no podía dejar de pensar en Mae y la familiaridad con la que habla con Albert, en lo bonita que es y lo mucho que tienen en común.

Llegando al Hogar de Pony me despedí a toda prisa, pues no quería hablar más. Fui muy torpe. Debí darle por lo menos las gracias.

viernes, febrero 16

Domingo

Hoy nos levantamos temprano para ir a la iglesia. Me sentí muy extraña yendo con toda la familia. La tía iba toda de negro y con un velo en la cabeza. Sigue guardando luto por Stear. Después de la misa volvió sola a la residencia de los Andrew y los demás nos quedamos paseando por el centro de Chicago. Almorzamos y después me despedí de mis dos amigas y de Archie, pues deseaba volver temprano al Hogar de Pony.

En el trayecto, cuando por fin estuve sola con Albert, no pude resistir la necesidad de preguntar:

- ¿Albert, cuando estabas en África, fuiste novio de Mae?

Albert casi se sale del camino de un sobresalto.
-No te puedo mentir Candy. Debí decírtelo antes, ¿verdad?
- Es igual. Pude darme cuenta por cómo reaccionaste el otro día.
-¿Ves por qué digo que nadie me conoce como tú? Es verdad, fuimos novios un tiempo, pero terminamos cuando yo me fui de África.

- Y, ¿por qué te fuiste? - quise saber.

Mi pregunta pareció sorprenderle.

- Me fui a buscarte, Candy. En cuanto supe por George que habías huido del Colegio San Pablo abandoné todo. Tuve mucho miedo por ti. No logré encontrarte, y en cambio estalló la guerra en Europa y yo sufrí el accidente que me hizo perder la memoria. Terminaste siendo tú quien me cuidó a mí.

Lo dijo con una sonrisa, como si le alegrara que hubiéramos terminado juntos. Yo no estaba satisfecha y quise saber más.

- Pero, ¿terminaste con Mae en algún momento?

- El mismo día que supe de tu huida terminamos. Ella no entendía por qué yo tenía que ir a buscarte, y creo que no me molesté mucho en explicárselo.

- Pero cuando por fin te recuperaste y volviste con la familia Andrew, ¿Te arrepentiste de haberla dejado? ¿no intentaste buscarla?

Albert frunció el seño.

- Nunca. Sólo pensaba en ti.- Al decir esto se sonrojó.- Ya sé que suena extraño Candy, pero es verdad. Desde aquélla vez que casi te ahogas y yo te rescaté, me sentí responsable por ti. A partir de entonces hice todo lo que pude por que tuvieras una vida mejor, y me tomé muy en serio esa promesa. Mi error fue que nunca hablé con Mae al respecto. Tampoco le hablé de las enormes responsabilidades que ya me agobiaban desde entonces. Ella deseaba quedarse para siempre en África. Yo, en cambio, sabía que tendría que volver a Chicago tarde o temprano, pero no le explicaba por qué.

- ¿Por qué no lo hiciste?

- Yo qué sé. Ahora me arrepiento de no haber hablado más con ella, pero ya es tarde. Tal vez, si nos hubiéramos comunicado mejor, habríamos sido una buena pareja, pero ella cree que nunca debimos ser más que amigos.

Terminó su frase con un hilo de voz, como si le doliera contármelo. Cambié de tema. Hablamos de Poupée y de los extraños animales de África. Hablamos de mil cosas más hasta que llegamos al Hogar de Pony cuando el sol ya se había ocultado.

- Gracias por venir, Candy.- Me dijo.

No supe qué decirle, sólo lo miré sin saber qué esperarme. Él bajó la mirada.

- Vendré a verte en cuanto tenga noticias de Mae.

Bajé del coche con los pies de plomo, dándome cuenta de que había perdido otra oportunidad de expresarle lo que siento. Me despedí sin ganas y al entrar al Hogar solté el llanto.

jueves, febrero 15

Sábado

La Señorita Pony debería estar tranquila. Cuando Albert habló de dar un paseo por Chicago, en ningún momento especificó que estaríamos los dos solos. Albert vino a recogerme acompañado por Patty, Annie y Archie. Me informaron que los Leegan se fueron ayer a Florida y que deseaban celebrarlo. Hicimos un picnic en el parque de Chicago y puedo decir que estuve muy contenta de estar con todos ellos. Lo único que me puso nerviosa fue cuando Albert y Archie me pidieron que cenara con ellos y con la tía Elroy en la residencia Andrew.

La tía fue muy cortés conmigo y me agradeció una vez más el que hubiese cuidado a Albert durante su convalescencia. Me da rabia saber que ella sabía perfectamente bien que me iban a despedir porque Neil se lo dijo. Si hubiera intercedido por mí, no sólo no me habrían despedido sino que además ella habría encontrado a Albert mucho antes.

Pero no se puede cambiar el pasado, y debo agradecer que por lo menos ahora podemos sentarnos a comer en la misma mesa. No puedo decir que haya sido una comida alegre. Era difícil conversar sin recordar a Stear o a Anthony. De los Leegan fue mejor no hablar. La tía Elroy se siente muy preocupada por Neal, y aunque no me reprochó por romper mi compromiso con él, sé que si Neal comete una estupidez terminará por culparme.

Tras la cena dimos un paseo por el lago mientras la tía Elroy descansaba. Archie estuvo hablando con Albert sobre los negocios en Arabia. Pronto vendrán a Chicago los padres de Archie y se instalarán en la mansión Andrew. Eso pone nerviosa a Annie, quien apenas conoció a los padres de Archie durante el funeral de Stear. Archie bromea con Annie para tranquilizarla, pero creo que él también está nervioso, pues durante muchos años ha estado lejos de sus padres.

Pasaré esta noche con Annie en casa de sus padres, donde, por cierto, Patty se está hospedando. Albert dijo que bien pude haberme quedado en la mansión Andrew, pero prefiero estar con mis dos amigas. Mañana iremos todos juntos a la iglesia. Creo que desde que Anthony murió no había asistido en compañía de la tía Elroy. No sé por qué estoy nerviosa.

miércoles, febrero 14

Albert y Mae

Esta tarde vino Albert a verme sin avisar. ¡Qué contenta me puse al ver su sonriente rostro saludándome desde el coche! Al mismo tiempo me puse muy nerviosa, pues si bien todos estos días he estado pensando en lo que debo decirle y cómo decírselo, no estaba yo lista para verlo tan pronto. La Señorita Pony, por supuesto, no dejaba de mirarnos de manera extraña.

Albert apenas tuvo tiempo de sentarse a tomar té conmigo, pues ya era tarde. Me contó que acaba de recibir una carta de su amiga Mae, la enfermera que conoció en África. Yo aún conservo las cartas en las que Albert la menciona. Según él, Mae era tan alegre y divertida como yo. Me gustaba pensar que yo también podía ser enfermera, viajar a sitios lejanos y ayudar a las personas. Debo estar agradecida por haber podido realizar mi sueño. Si bien no trabajo en un hospital, mis niños del Hogar de Pony están sanos y felices gracias a mis cuidados.

Parece ser que Mae pronto vendrá a Chicago y Albert desea saber si me interesaría conocerla. Le contesté que sí. Le estuve haciendo preguntas sobre ella, pero no me dijo mucho. Hubo una pregunta cuya respuesta me molestó en particular: Le pregunté si Mae había tenido novio cuando estaba en África y él me respondió que sí.

- ¿Lo conociste personalmente? Quise saber yo.
- Sí, bueno, no mucho. Esa relación duró muy poco.- contestó Albert, nervioso.

No soy tonta. Pude darme cuenta de que Albert en algún momento estuvo interesado en Mae. Quizá incluso fue su novio. Sentí celos. ¿Celos? Si yo soy una cobarde que no se atreve a decirle a Albert lo que siente. Él me dijo claramente que se había enamorado de mí y yo, estúpidamente, sólo le ofrecí mi amistad. Esperaba que en nuestro siguiente encuentro me animara a hablar claro con él, pero la sombra de Mae me hizo enmudecer.

- Candy, hasta que Mae no me responda, no sé cuando podrás conocerla. Pero mientras tanto, ¿te gustaría dar un paseo por Chicago este fin de semana?

Dije que sí sin pensar, y de inmediato me arrepentí al ver la mirada de reproche de la Srita Pony.

- Hecho, vendré a recogerte el Sábado por la mañana.

Se despidió de mí desde la puerta:

- Adiós Candy, nos veremos pronto.

Se veía contento. Yo, en cambio, estoy cada vez más triste.

martes, febrero 13

Reflexiones

Estoy tranquila porque Albert pudo perdonar mi nota estúpida, y también porque me reiteró su amistad. Pero me da rabia no haberle dicho que yo también me enamoré de él y que deseo corresponderle. No sé por qué me cuesta trabajo decirlo, si nunca he tenido problemas para hablar con él.

La Señorita Pony me mira con sospecha. Yo no me atrevo a explicarle lo que siento por Albert, mucho menos contarle lo que ocurrió aquél día en la colina. Hoy, mientras lavábamos los platos después de la cena, me preguntó sobre mis sentimientos por Albert. No supe qué decirle, salvo que éramos buenos amigos.

- Candy, ¿crees que no me doy cuenta de lo mucho que te molestó que no viniera a verte con Archie y Annie?¿Que no sé que ayer fuiste a buscarlo a primera hora y que él te trajo de regreso?

- ¡Pero yo sólo quería pedirle perdón por enviarle una nota de reproche!

La Señorita Pony suspiró y negó con la cabeza.

-Hiciste bien en disculparte. Pero Candy, hay algo más que quiero que tengas en cuenta. Cuando supe que el Señor. William Andrew deseaba adoptarte, yo ignoraba su edad. Si hubiera sabido que era tan joven no lo habría permitido, Candy, pues no es normal que haya tan poca diferencia de edad entre ustedes. ¿No se te ha ocurrido pensar que él teme por su reputación? Si no viene a verte con frecuencia puede ser que no desea darle a la gente motivo de chismes. ¿Se te ha ocurrido lo que podría decir la gente, sabiendo que adoptó a una muchacha apenas ocho años menor que él, si después se sospecha que está involucrado sentimentalmente con ella?

-A Albert nunca le preocupó el qué dirán, Señorita Pony. ¿Por qué habría de importarle ahora?

- Porque ahora todos saben quién es y se siente observado. Me parece que hiciste bien en venir a vivir con nosotras. Piensa que si son buenos amigos, no debe importarte que casi nunca se vean.

Esas eran palabras muy duras, pero admito que no lo había visto así. Me pareció que era una exageración, aunque es cierto que Albert es muy joven y los socios y accionistas dudan de su capacidad. Lo mejor para él sería, en estos momentos, evitar escándalos en su vida privada.

Pero tengo la certeza de que él desea ser más que mi amigo, y yo deseo corresponderle. ¿Qué me importa lo que pueda decir la gente?

domingo, febrero 11

Sólo amigos

Hoy fui a ver a Albert. Me desperté de madrugada y cuando pasó el lechero le pedí que me llevara a Lakewood tras su última ronda. Estaba montada en su carreta cuando reconocí el coche de Albert que se aproximaba. Le hize señas para que se detuviera, de suerte que se distrajo y se salió de el camino.

Junto conmigo viajaban los hijos del lechero, quienes reían a pierna suelta. Albert estaba de mal humor, y nuestras risas no estaban como para ponerlo de buenas. Me apeé de la carreta e hice lo que pude por ayudar a Albert a empujar el coche hacia el camino otra vez.

Era evidente que iba a verme, lo cual me llenaba de emoción. Pero se refirió a mi carta de una manera tan triste que me ví en la necesidad de pedirle perdón de inmediato y prometerle que aún lo considero mi amigo. Él tomó mis manos y me pidió disculpas una vez más por besarme. ¿Qué no se da cuenta que no hay nada que disculpar? Lo que me molestó fue su actitud después del beso, actuando como si nada hubiera pasado, pero no se lo dije. Perdí la oportunidad de explicar mis propios sentimientos. Le hablé de la emoción que sentí ese día al comprender que él era el Príncipe de la Colina y estúpidamente le dije que en esos momentos no me había esperado un beso. Lo cual es absolutamente cierto, pero no debí decirlo, porque se oyó como si yo nunca hubiera deseado que me besara.

Albert me pidió que volviera a ser su amiga. Contesté que sí de inmediato. Hubiera querido decirle que yo deseaba mucho más que su amistad, que yo también estaba enamorada de él, pero me quedé sin palabras. Balbuceé apenas otra disculpa por mi carta y le reiteré mi amistad, en lugar de decirle lo que yo sentía por él. Tenía unas ganas enormes de hacerlo, pero no me salían las palabras necesarias. Finalmente, al ver que todo empeoraba, me arrojé a sus brazos. Él me devolvió el abrazo, como siempre, pero al separarnos, me miraba con tristeza.

¿Qué esperabas, Candy?¿Otro beso? ¡Debiste pedírselo! Debiste decirle que tú también lo quieres... pero no me atreví. No entiendo por qué.

Me llevó al hogar de Pony, y durante el trayecto me habló de la guerra en Europa y de los negocios de los Andrew en Arabia y de Sudáfrica. Yo no dejaba de pensar que era una idiota por no decirle que se callara y que me besara otra vez. Al llegar salté del coche de inmediato, temiendo que si lo abrazaba de nuevo iba a ser yo quien lo besara.

Debería alegrarme porque Albert aún desea ser mi amigo. En vez de ello, estuve triste todo el día y muy enojada conmigo misma por no haberle dicho a Albert lo que siento.